sábado, 23 de abril de 2011

EL DEBATE KEYNES VS. HAYEK, ESCRIBE SANDRA RUSSO EN PÁGINA 12, ARGENTINA

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-166815-2011-04-23.html


Keynes vs. Hayek


 Por Sandra Russo
A propósito de la reunión en Buenos Aires de la Sociedad de Mont Pelerin, me puse a releer algunos párrafos de su fundador, el Premio Nobel de Economía 1974, Friedrich Hayek. Descubrí a la Sociedad de Mont Pelerin cuando estaba escribiendo Jallalla, mi libro sobre Milagro Sala. Paradojas. Buscando contexto para hablar de una organización social de excluidos que surgió en los ’90 en la provincia más pobre de un país salvajemente neoliberal, me topé con Hayek. Fue a través del libro Jujuy bajo el fuego neoliberal, editado en 2010 por la Universidad de Jujuy y compilado por el historiador Marcelo Lagos, que accedí al pensamiento de la Sociedad de Mont Pelerin. Era un acierto de ese libro incluir un capítulo introductorio sobre los postulados de ese economista austríaco, era necesario pasar por Hayek para entender la pobreza jujeña.

Se ha señalado en estos días que cuando Mario Vargas Llosa habla de la libertad, se refiere a la libertad de mercado, aunque hable de las libertades individuales, que son mucho más defendibles ante audiencias masivas. Después de todo, también la palabra “liberal” tiene sus yeites: en algún sentido, liberales somos todos los que no somos conservadores. El liberalismo inspiró a Whitman en su Canto a mí mismo. Pero la Sociedad de Mont Pelerin no habla exactamente de poesía.

Para Hayek, el mercado era una “fuerza natural”. Habla de él hasta con cierta lírica, y no importa qué es lo que haya que sacrificarle: el mercado es un dios pagano que exige víctimas propiciatorias. Lo extremo del pensamiento de Hayek fue creer a rajatabla en la sabiduría de los movimientos intestinales del mercado, casi se diría que los confundió con una coreografía celestial. Sin insistir demasiado en la fe democrática, Hayek sí insistió en la idea de mercado como una matemática con leyes propias a cuyo ritmo las sociedades deben abandonarse: éstas son, más específicamente, “las leyes de la desigualdad”.

Hayek defiende la desigualdad. Y cree que el Estado no tiene que hacer nada para remediarla. Ese es el paradigma neoliberal por excelencia, el que nunca se explicita, pero es la consecuencia, la experiencia, la memoria las que nos lo indican como certeza. Veámoslo a Macri.

Pero Hayek era un intelectual y en consecuencia defendió su teoría sin los eufemismos que sus seguidores usan como máscaras, ya que ahora, después de la verdadera experiencia neoliberal –después de todo, Hayek trabajó sólo teoría–, si hicieran campaña diciendo la verdad, nadie los votaría. Ese es el verdadero problema de esa ideología ante las democracias populares
latinoamericanas. No los “populismos”. El pensamiento que nació al fragor histórico de los Estados nazi, comunista o fascista, necesita siempre tener enfrente un eje autoritario para erigirse en defensor de la libertad. Y, en rigor, cualquier Estado que defienda a los débiles es para ellos autoritario. El deber del buen Estado neoliberal es privatizar, no estatizar. Y su fortaleza es la impiedad.

“El rápido progreso económico parece ser en gran medida el resultado de la desigualdad, y resultaría imposible sin ella. El progreso a tan rápido índice no puede proseguir a base de un frente unificado sino que ha de tener lugar en forma de escalón, con algunos más adelantados que otros”, escribió Hayek.

Si el Estado interviene para remediar la desigualdad, a eso lo llama “usar la fuerza”, y eso “destruye la libertad”. Y no hay peor enemigo del mercado que la organización social de cualquier tipo. La gente no tiene por qué andar organizándose, y los políticos no sirven para mucho: Hayek decidió que sus seguidores serían intelectuales, economistas, escritores.

Una breve digresión: la prueba y efecto del Pensamiento Unico, y el dispositivo de transmisión de poder que puso en marcha Hayek, es el caso de Aznar y Rodríguez Zapatero, o los partidos a los que representan, el PP y el PSOE. Aznar forma parte de la Sociedad de Mont Pelerin. Zapatero no, pero aplica las recetas neoliberales y España parece tener un gobierno socialista, pero qué importa.

Vargas Llosa ahora votará por Humala, que parece de izquierda, pero qué importa: la apuesta siempre será neutralizar a la política, infiltrarse en la realidad como “una fuerza natural” contra la que no se puede hacer nada. Hayek concibió un orden económico defendido por economistas e intelectuales para prescindir de la política. Ese es el espíritu de la Sociedad de Mont Pelerin, el nombre de la estación suiza en la que mantuvieron la primera reunión, en 1944. Entre los presentes estaba el joven Milton Fridman, a su vez Premio Nobel 1976, y quien se cargaría luego todos los dudosos laureles de la aplicación del neoliberalismo.

Aunque en su época existían realmente los enigmas de los regímenes totalitarios, Hayek demostró desde un principio que el suyo era un pensamiento tan radical que no podía virar el eje: pronto se convirtió en el principal detractor de las ideas de otro economista que buscaba respuesta para la Gran Depresión y cuyas ideas fueron las elegidas para dar vuelta la página histórica con el New Deal y luego con el Plan Marshall. El gran duelo económico y político de los años ’30 lo mantuvieron Friedrich Hayek y John Maynard Keynes.

Se me ocurrió googlear Hayek vs. Keynes, y lo que saltó fue un rap. Increíble. Lo produjo John Papola, un creativo ex MTV y Nickelodeon que ahora trabaja en Spike TV. Es un rap educativo, y con una letra que hace constar sus fuentes bibliográficas.

El estribillo es:
(Juntos) Hemos discutido al revés y al derecho por más de un siglo.
(Keynes) Yo quiero dirigir los mercados.
(Hayek) Yo quiero liberarlos.
(Juntos) Hay un ciclo de auge y contracción y buenas razones para temerlo.
(Hayek) Culpa a los bajos intereses.
(Keynes) No... Es el espíritu animal.
En 1974, Hayek compartió el Nobel de Economía con el sueco Gunar Myldar, un inspirador de Keynes. En los ’70, cuando el neoliberalismo ya era aplicado en varios países en democracia y en dictaduras, Myldar renunció a él, y pidió que se anulase el Nobel de Economía. En la ocasión, acusó a Hayek de “carecer por completo de conocimientos epistemológicos”.

En el fondo de esa objeción está el reproche por el fanatismo acrítico a las leyes del mercado, la sobreestimación de la economía y el desprecio por la política, especialmente por aquella que se piense como herramienta igualadora. Hayek no negó el “espíritu animal” del mercado, su salvajismo, la inercia en la que el grande se come al chico. Pero lo avaló, argumentando por ejemplo que muchas veces los países crecen gracias al desempleo, y que en consecuencia el Estado no debe hacer nada para evitarlo. Lo enmascaró con su idea de la libertad, de un modo que hoy suena brutal y pueril: “Cada hombre es libre de morirse de hambre”, aseguró.

El debate Keynes Vs. Hayek no está saldado. Lo demuestra la Sociedad de Mont Pelerin en Buenos Aires, y Vargas Llosa hablando de la libertad. Es bueno saber de qué habla Vargas Llosa cuando habla de libertad.

"las montañas de todos", columna de opinión, Mauricio García Villegas en El Espectador


Opinión |22 Abr 2011 - 10:00 pm

Mauricio García Villegas

Las montañas de todos

Por: Mauricio García Villegas

MONIQUE PERRIAUX ES UNA AMIGA francesa que conozco desde hace más de veinte años. Nació y vive en Grenoble, pero pasó seis años de su vida en Colombia (entre 1998 y 2006) de los cuales guarda muchos recuerdos y un hijo adoptado que se llama Sebastián. La semana pasada me encontré con Monique y estuvimos caminando por las montañas y hablando de la vida, de los amigos y de Colombia.


A mí me encanta Colombia —me dice Monique— sobre todo me gusta la gente, la manera dulce y amable como los colombianos tratan a los demás. Pero hay una cosa que no soporto de tu país —agrega con cierta amargura— ¿Qué cosa? —le pregunto yo— convencido de que me iba a hablar de la violencia tan cruda durante esos años en los que ella vivió en Colombia. ¡Que las montañas no sean de todos! —me responde—, eso es lo que me molesta.

En Grenoble —me dice Monique— las montañas (los Alpes) son públicas y la principal diversión de la gente durante los fines de semana es salir a caminar por ellas. Durante el invierto la gente hace esquí y en el resto del año, acampa, se baña en los ríos, observa los pájaros o trepa por los barrancos. Las montañas están llenas de senderos bien demarcados y trazados en mapas que se venden en las oficinas de turismo. Eso no sólo ocurre en Grenoble, sino en toda Francia y en toda Europa.

Ustedes en Colombia —me dice— tienen las montañas de los Andes, que son tan hermosas como los Alpes; sin embargo, como son propiedad privada, sólo se pueden ver de lejos; están todas cercadas con alambre de púas y hay que pedir permiso para pasar; no hay senderos abiertos, y los caminos reales de la Colonia están tapados o abandonados. ¿Cómo es posible —me dice Monique— que los Cerros de Bogotá o las montañas que rodean a Medellín o a Cali no sean grandes parques públicos a los que todo el mundo puede ir?

Pero Monique —le digo yo— Colombia es un país pobre y el Estado no tiene plata suficiente para expropiar grandes terrenos que puedan servir luego como parques. Falso, mi querido amigo —me responde ella— no es un problema de plata para comprar tierra, sino de voluntad política para hacer una reforma agraria. En tu país creen eso, es comunismo, pero todos los Estados de Europa hicieron reformas de ese tipo hace por lo menos un siglo y las hicieron con una visión liberal y capitalista. Más aún —agrega— estoy convencida de que la cosa es al revés de como tú lo dices: no es que Colombia no tenga reforma agraria por ser pobre, sino que es pobre porque no tiene reforma agraria.

A los ricos de tu país no les conviene del todo el desarrollo; y no les conviene porque no les interesa renunciar a los beneficios que obtienen de la sociedad tradicional en la que viven. Por eso buscan la mejor combinación posible entre una sociedad feudal y una sociedad capitalista. Mejor dicho, tratan de vivir en un país con el capitalismo suficiente para ganar dinero y disfrutar de los beneficios del consumo y con el feudalismo suficiente para seguir con los privilegios propios del hacendado que dispone de tierra y servidumbre a su antojo. Por eso los ricos de tu país que se dicen liberales (son pocos, en realidad) a lo sumo son liberales de lunes a viernes, cuando están en Bogotá o en Medellín, pero los fines de semana, cuando van a sus fincas, se comportan como los viejos hidalgos y señores de las haciendas.

Pero bueno Monique, hablemos de otra cosa, cuéntame de Sebastián —le digo yo— tratando de esquivar las ideas que me pasaban por la mente y que me perturban el paisaje.

jueves, 21 de abril de 2011

LA PERSISTENCIA HISTÓRICA DEL PATRIARCADO: BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS EN PÁGINA DOCE

http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-166480-2011-04-18.html



EL MUNDO › OPINION

La persistencia histórica del patriarcado

 Por Boaventura de Sousa Santos *
No hay naturaleza humana asexuada; hay hombres y mujeres y, para algunos, otros sexos. Hablar de naturaleza humana sin hablar de la diferencia sexual es ocultar que la “mitad” de la humanidad integrada por las mujeres vale menos que la de los hombres. Bajo formas cambiantes según tiempo y lugar, las mujeres han sido consideradas seres cuya humanidad es problemática (más peligrosa o menos capaz) en comparación con la de los hombres. A la dominación sexual que este prejuicio genera la llamamos patriarcado y al sentido común que lo alimenta y reproduce, cultura patriarcal. La persistencia histórica de esta cultura es tan fuerte que, incluso en las regiones del mundo en las que ha sido oficialmente superada por la consagración constitucional de la igualdad sexual, las prácticas cotidianas de las instituciones y las relaciones sociales continúan reproduciendo el prejuicio y la desigualdad. Ser feminista hoy significa reconocer que esta discriminación existe y que es injusta, y desear activamente que sea erradicada. En las actuales condiciones históricas, hablar de naturaleza humana como si fuese sexualmente indiferente, sea en el plano filosófico o en el político, es pactar con el patriarcado.
La cultura patriarcal viene de lejos y atraviesa tanto a la cultura occidental como a las culturas africanas, indígenas e islámicas. Para Aristóteles, la mujer es un hombre mutilado y, para Santo Tomás de Aquino, siendo el hombre el elemento activo de la procreación, el nacimiento de una mujer es una señal de debilidad del procreador. A veces anclada en textos sagrados (la Biblia y el Corán), esta cultura ha estado siempre al servicio de la economía política dominante que, en los tiempos modernos, han sido el capitalismo y el colonialismo. En Tres Guineas (1938), en respuesta a un pedido de apoyo financiero para la guerra, Virginia Woolf se niega y, recordando la marginación de las mujeres en la nación, afirma provocativamente: “Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero tener país. Como mujer, mi país es el mundo entero”. Durante la dictadura en Portugal, las Nuevas cartas portuguesas, publicadas en 1972 por Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, denunciaban al patriarcado como parte de la estructura fascista que sostenía la guerra colonial en Africa. “Angola es nuestra” era el correlato de “las mujeres son nuestras” (de nosotros, los hombres), y con el sexo de ellas se defendía la honra de ellos. El libro fue incautado de inmediato porque justamente fue percibido como un libelo contra la guerra colonial, y sus autoras no fueron juzgadas sólo porque entretanto estalló la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1974.
La violencia que la opresión sexual implica se produce bajo dos formas, hardcore y softcore. La versión hardcore es el catálogo de la vergüenza y el horror del mundo. En Portugal, en 2010 murieron 43 mujeres víctimas de la violencia doméstica. En Ciudad Juárez (México), en los últimos años fueron asesinadas 427 mujeres, todas jóvenes y pobres, trabajadoras de las fábricas del capitalismo salvaje, las maquiladoras, un crimen organizado conocido como femicidio. En varios países de Africa se sigue practicando la mutilación genital. En Arabia Saudita, hasta hace poco las mujeres ni siquiera tenían partida de nacimiento. En Irán, la vida de una mujer vale la mitad que la de un hombre en un accidente de tránsito; en un tribunal judicial, el testimonio de un hombre vale tanto como el de dos mujeres; en caso de adulterio la mujer puede ser lapidada hasta morir, una práctica que, por otro lado, está prohibida en la mayoría de los países de cultura islámica.
La versión softcore es insidiosa y silenciosa, se produce en el seno de las familias, las instituciones y las comunidades, no porque las mujeres sean inferiores sino, por el contrario, porque son consideradas superiores en su espíritu de abnegación y en su disponibilidad para ayudar en tiempos difíciles. Como es una disposición natural, no hace falta siquiera preguntarles si aceptan los encargos ni bajo qué condiciones. En Portugal, por ejemplo, los actuales recortes del gasto social del Estado victimizan en particular a las mujeres. Las mujeres son las principales proveedoras de cuidado a las personas dependientes (niños, ancianos, enfermos, personas con discapacidad). Si con la clausura de hospitales psiquiátricos y la ausencia de soluciones alternativas los enfermos mentales son devueltos a sus familias, el cuidado queda a cargo de las mujeres. La imposibilidad de conciliar el trabajo remunerado con el trabajo doméstico hace que Portugal tenga una de las tasas de fertilidad más bajas del mundo. Cuidar de los vivos se torna incompatible con desear más personas vivas. Y esto es apenas una expresión extrema de algo que está pasando un poco por todas partes.
Pero la cultura patriarcal tiene, en ciertos contextos, otra dimensión particularmente perversa: la de crear en la opinión pública la idea de que las mujeres son oprimidas y, como tales, víctimas indefensas y silenciosas. Este estereotipo hace posible ignorar o desvalorizar las luchas de resistencia y la capacidad de innovación política de las mujeres.
Es así como se ignora el papel fundamental de las mujeres en la revolución de Egipto o en la lucha contra el saqueo de tierras en la India; la acción política de las mujeres que lideran municipios en tantas pequeñas ciudades africanas y su lucha contra el machismo de los líderes partidarios que bloquean el acceso femenino al poder político nacional; la lucha incesante y plena de riesgos por la punición de los criminales llevada a cabo por las madres de las jóvenes asesinadas en Ciudad Juárez; las conquistas de las mujeres indígenas e islámicas en su lucha por la igualdad y el respeto de la diferencia, transformando desde adentro las culturas a las que pertenecen; las prácticas innovadoras en defensa de la agricultura familiar y las semillas tradicionales de las mujeres de Kenia y de tantos otros países de Africa; la presencia de mujeres en los movimientos antimineros (recordemos la muerte de Betty Cariño Trujillo en Oaxaca) y en todos los que pelean por el reconocimiento de la naturaleza como “bienes comunes”, tal como ocurre en estos días en la Argentina; la palabra de las mujeres palestinas que, cuando son interrogadas por autoconvencidas feministas europeas sobre el uso de anticonceptivos, responden: “En Palestina, tener hijos es luchar contra la limpieza étnica que Israel impone a nuestro pueblo”.
* Doctor en Sociología del Derecho; profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Wisconsin (EE.UU.). Traducción: Javier Lorca.

INVIERNO Y POLITICA: COLUMNA DE OPINIÓN EN EL ESPECTADOR

http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-264540-invierno-y-politica

Opinión |20 Abr 2011 - 11:11 pm

Rodolfo Arango

Invierno y política

Por: Rodolfo Arango

EL MONSTRUO DEL INVIERNO RUGE Y arrasa las precarias viviendas de las gentes pobres sumiéndolas en la miseria.


El presidente Santos se apresura a llamar a la ola invernal en ciernes “la mayor tragedia natural de la historia del país”. Su capacidad poética lo llevó a afirmar en su reciente visita a Manizales que las montañas de Colombia “se están derritiendo”, para luego sostener que la situación “rebasa la capacidad del Estado”.
Una forma común de eludir la responsabilidad por la forma de gobernar es atribuir a la naturaleza los efectos de las actuaciones u omisiones políticas. El presidente Santos no es nuevo en el escenario. En 2001 lideró la reforma constitucional para frenar las transferencias y la descentralización, con el consecuente debilitamiento de la educación pública en las regiones, todo basado en razones de orden fiscal. La misma terapia que ahora pretende aplicar a nivel nacional. La visión fiscalista primó sobre el fortalecimiento del papel de los entes territoriales en el saneamiento ambiental y en la erradicación de la pobreza. El centralismo paternalista del entonces ministro de Hacienda desperdició la oportunidad de educar en la responsabilidad a las autoridades locales y regionales por el manejo de los crecientes recursos de las transferencias, como lo había concebido la Constitución de 1991.
El filósofo del derecho Ernesto Garzón Valdés, víctima de la dictadura argentina radicado en Alemania, llama la atención en su libro Calamidades, sobre la tendencia de atribuir a la naturaleza las consecuencias de la corrupción, las equivocaciones políticas y el desgobierno. Advierte que es común tildar de “tragedias” o “catástrofes” a fenómenos que con una acertada intervención previa del poder público habrían podido ser evitados.
Tantos años de olvido del campo; de sustracción de recursos a la educación pública rural; de carta blanca a los ganaderos y madereros para arrasar las selvas; de destrucción de las cuencas hidrográficas por colonos; de fumigaciones; de falta de planeación y desarrollo sostenible en un ambiente geográfico, geológico e hidrográfico complejo y desafiante como el colombiano. ¡Y los responsables políticos se lavan las manos con golpes de pecho y rezos a la virgen María!
No es gratuito que el presidente Santos tenga como embajador en Perú a Jorge Visbal Martelo, ganadero investigado por vínculos con paramilitares. Gran parte de los ganaderos y los mineros, los paramilitares, la guerrilla y los narcotraficantes, junto con políticos oportunistas y ambiciosos, son los responsables de la devastación de los bosques, de las cuencas de los ríos y de la exclusión social que lleva a los pobres a asentarte en las zonas más amenazadas por las crecientes sin cauce o en las faldas de las montañas deforestadas. La dirigencia política insiste en atribuir a hechos naturales las calamidades del invierno. Su pensamiento religioso es funcional a la evasión de la responsabilidad por un modelo de desarrollo extractivo y de explotación intensiva de la tierra y del subsuelo, en un contexto de autoridades de inspección y vigilancia venales o inexistentes.
Qué diferentes serían las cosas para Colombia si tuviéramos gobiernos verdes. ¡Pero verdaderamente verdes! Gobiernos que tuvieran al frente de sus carteras de Educación y Medio Ambiente no a personas inexpertas y ambiciosas sino a académicas y científicas, con títulos indiscutibles, impecable recorrido público y amplia experiencia en su campo como Guillermo Páramo, José Fernando Isaza, Ernesto Guhl o Manuel Rodríguez. Si así fueran las cosas tal vez no tendríamos que rezar tanto por las desgracias “naturales” que se avecinan para el país en las próximas décadas y quizás generaciones.

domingo, 10 de abril de 2011

CRÍMENES ECONÓMICOS CONTRA LA HUMANIDAD, ARTÍCULO EN EL PAÍS DE ESPAÑA

Lourdes Benería es profesora de Economía en la Universidad de Cornell. Carmen Sarasúa es profesora de Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Columna en El País-Madrid
LOURDES BENERÍA / CARMEN SARASÚA 29/03/2011
29 de marzo de 2011

Según la Corte Penal Internacional, crimen contra la humanidad es "cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil".

Desde la II Guerra Mundial nos hemos familiarizado con este concepto y con la idea de que, no importa cuál haya sido su magnitud, es posible y obligado investigar estos crímenes y hacer pagar a los culpables.

Solo Islandia persiguió penalmente a los responsables de la crisis y dejó que sus bancos se hundieran

Los Gobiernos protegen a quienes han provocado la crisis

Situaciones como las que ha generado la crisis económica han hecho que se empiece a hablar de crímenes económicos contra la humanidad. El concepto no es nuevo.

Ya en los años 1950 el economista neoclásico y premio Nobel Gary Becker introdujo su "teoría del crimen" a nivel microeconómico. La probabilidad de que un individuo cometa un crimen depende, para Becker, del riesgo que asume, del posible botín y del posible castigo.

A nivel macroeconómico, el concepto se usó en los debates sobre las políticas de ajuste estructural promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial durante los ochenta y noventa, que acarrearon gravísimos costes sociales a la población de África, América Latina, Asia (durante la crisis asiática de 1997-98) y la Europa del Este.

Muchos analistas señalaron a estos organismos, a las políticas que patrocinaron y a los economistas que las diseñaron como responsables, especialmente el FMI, que quedó muy desprestigiado tras la crisis asiática.

En la actualidad son los países occidentales los que sufren los costes sociales de la crisis financiera y de empleo, y de los planes de austeridad que supuestamente luchan contra ella.

La pérdida de derechos fundamentales como el trabajo y la vivienda y el sufrimiento de millones de familias que ven en peligro su supervivencia son ejemplos de los costes aterradores de esta crisis. Los hogares que viven en la pobreza están creciendo de forma imparable.

Pero ¿quiénes son los responsables? Los mercados, leemos y oímos cada día.

En un artículo publicado en Businessweek el 20 de marzo de 2009 con el título "Wall Street's economic crimes against humanity", Shoshana Zuboff, antigua profesora de la Harvard Business School, sostenía que el que los responsables de la crisis nieguen las consecuencias de sus acciones demuestra "la banalidad del mal" y el "narcisismo institucionalizado" en nuestras sociedades.

Es una muestra de la falta de responsabilidad y de la "distancia emocional" con que han acumulado sumas millonarias quienes ahora niegan cualquier relación con el daño provocado.

Culpar solo al sistema no es aceptable, argumentaba Zuboff, como no lo habría sido culpar de los crímenes nazis solo a las ideas, y no a quienes los cometieron.

Culpar a los mercados es efectivamente quedarse en la superficie del problema. Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada.

Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas, y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los Gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza a la regulación de los mercados financieros.

face="Arial" size="5"La Comisión del Congreso norteamericano sobre los orígenes de la crisis ha sido esclarecedora en este sentido. Creada por el presidente Obama en 2009 para investigar las acciones ilegales o criminales de la industria financiera, ha entrevistado a más de 700 expertos.

Su informe, hecho público el pasado enero, concluye que la crisis se hubiera podido evitar. Señala fallos en los sistemas de regulación y supervisión financiera del Gobierno y de las empresas, en las prácticas contables y auditoras y en la transparencia en los negocios.

face="Arial" size="5"La Comisión investigó el papel directo de algunos gigantes de Wall Street en el desastre financiero, por ejemplo en el mercado de subprimes, y el de las agencias encargadas del ranking de bonos. Es importante entender los distintos grados de responsabilidad de cada actor de este drama, pero no es admisible la sensación de impunidad sin "responsables".

En cuanto a las víctimas de los crímenes económicos, en España un 20% de desempleo desde hace más de dos años significa un enorme coste económico y humano. Miles de familias sufren las consecuencias de haber creído que pagarían hipotecas con sueldos mileuristas: 90.000 ejecuciones hipotecarias en 2009 y 180.000 en 2010.

En EE UU, la tasa de paro es la mitad de la española, pero supone unos 26 millones de parados, lo cual implica un tremendo aumento de la pobreza en uno de los países más ricos del mundo. Según la Comisión sobre la Crisis Financiera, más de cuatro millones de familias han perdido sus casas, y cuatro millones y medio están en procesos de desahucio.

Once billones de dólares de "riqueza familiar" han "desaparecido" al desvalorizarse sus patrimonios, incluyendo casas, pensiones y ahorros.

Otra consecuencia de la crisis es su efecto sobre los precios de alimentos y otras materias primas básicas, sectores hacia los que los especuladores están desviando sus capitales. El resultado es la inflación de sus precios y el aumento aún mayor de la pobreza.

En algunos casos notorios de fraude como el de Madoff, el autor está en la cárcel y el proceso judicial contra él continúa porque sus víctimas tienen poder económico. Pero en general, quienes han provocado la crisis no solo han recogido unas ganancias fabulosas, sino que no temen castigo alguno. Nadie investiga sus responsabilidades ni sus decisiones. Los Gobiernos los protegen y el aparato judicial no los persigue.

Si tuviéramos nociones claras de qué es un crimen económico y si existieran mecanismos para investigarlos y perseguirlos se hubieran podido evitar muchos de los actuales problemas.

No es una utopía. Islandia ofrece un ejemplo muy interesante. En vez de rescatar a los banqueros que arruinaron al país en 2008, la fiscalía abrió una investigación penal contra los responsables. En 2009 el Gobierno entero tuvo que dimitir y el pago de la deuda de la banca quedó bloqueado.

Islandia no ha socializado las pérdidas como están haciendo muchos países, incluida España, sino que ha aceptado que los responsables fueran castigados y que sus bancos se hundieran.

De la misma forma que se crearon instituciones y procedimientos para perseguir los crímenes políticos contra la humanidad, es hora de hacer lo mismo con los económicos.

Este es un buen momento, dada su existencia difícil de refutar. Es urgente que la noción de "crimen económico" se incorpore al discurso ciudadano y se entienda su importancia para construir la democracia económica y política.

Como mínimo nos hará ver la necesidad de regular los mercados para que, como dice Polanyi, estén al servicio de la sociedad, y no viceversa.

sábado, 9 de abril de 2011

"La neurótica seguridad presidencial norteamericana": Leonardo Boff, en El País de Costa Rica

 http://elpais.cr/articulos.php?id=44155

La neurótica seguridad presidencial norteamericana

Leonardo Boff (*)

Fuente: elpais.cr  | 09/04/2011
Muchos de nosotros hemos conocido lo que significó la ideología de la seguridad nacional bajo las dictaduras militares en América Latina. La seguridad del Estado era el valor primero. En realidad se trataba de la seguridad del capital para que éste continuase con sus negocios y con su lógica de acumulación, más que propiamente de la seguridad del Estado. Esta ideología, en el fondo, partía del supuesto de que todo ciudadano es un subversivo real o potencial. Por eso, debía ser vigilado y eventualmente preso, interrogado y, si se resistía, torturado, a veces hasta la muerte. De este modo, se rompían los lazos de confianza sin los cuales la sociedad pierde su sentido. Se vivía bajo un pesado manto de desconfianza y de miedo.
Digo todo esto a propósito del aparato de seguridad que rodeó la visita del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Brasil. Ahí funcionó en pleno la ideología de la seguridad, no nacional, sino presidencial. No se tuvo confianza en la capacidad de los organismos brasileros para garantizar la seguridad del presidente. Le acompañó todo el aparato de seguridad estadounidense. Vinieron inmensos helicópteros de tamaño tan monstruoso que había pocos lugares donde podían aterrizar, limusinas blindadas, soldados revestidos con tantos aparatos tecnológicos que más parecían máquinas de matar que personas humanas. Tiradores especiales colocados en los tejados y en lugares estratégicos junto con el personal de inteligencia. Cada rincón por donde pasaría la «corte imperial», las calles vecinas, casas y comercios fueron vigilados y revisados. Por razones de seguridad, fue cancelado el discurso que iba a dar al público en el centro de Río, en Cinelandia. Las personas invitadas a oír su discurso en el Teatro Nacional tuvieron que pasar antes por una minuciosa revisión.
¿Qué revela semejante escenario? Que estamos en un mundo enfermo e inhumano. Antes se tenía miedo de las fuerzas de la naturaleza, ante las cuales no teníamos mucha defensa, de demonios amenazadores o de dioses vengativos. Hoy tenemos miedo de nosotros mismos, de las armas de destrucción masiva, de las guerras de grandísima destrucción que algunos países centrales llevan a cabo. Tenemos miedo de los asaltos en la calle. Tenemos miedo de subir a los montes donde viven las comunidades pobres. Tenemos miedo hasta de los niños de la calle que nos pueden amenazar.
¿De qué no tenemos miedo?
Ya los clásicos enseñaban que las leyes, la organización del Estado y el orden público existen fundamentalmente para liberarnos del miedo y poder convivir pacíficamente.
Formalizando el pensamiento podemos, en primer lugar, decir que el miedo pertenece a nuestra existencia. Hay cuatro miedos fundamentales: el miedo a que nos quiten la individualidad y nos hagan dependientes o un mero número; el miedo a que nos corten las relaciones y nos castiguen a la soledad y al aislamiento; el miedo ante cambios que pueden afectar la profesión, la salud, y al límite, la propia vida; el miedo ante realidades inevitables y definitivas como la muerte. La forma como nos enfrentamos a estos miedos existenciales marca nuestro proceso de individuación. Si lo hacemos con valor, superando dificultades, crecemos. Si huimos y tratamos de evitarlos, acabamos debilitados y hasta avergonzados.
A pesar de toda nuestra ciencia que nos crea la ilusión de omnipotencia, volvemos a tener miedo de la Tierra y de sus fuerzas. ¿Quién controla el choque de las placas tectónicas? ¿Quién detiene un terremoto y frena un tsunami? No somos nada ante tales energías incontrolables, agravadas por el calentamiento global.
El miedo, pues, forma parte de nuestra condición humana. Se transforma en patología y neurosis cuando se busca evitarlo de tal forma que trastorna toda una realidad social y hace del espacio una especie de campo de batalla, tal como fue montado por las fuerzas de seguridad estadounidenses. Si un presidente visita un país y a su pueblo, debe asumir los riesgos que forman parte de la vida. En caso contrario, las autoridades de ambos lados mejor harían reuniéndose en un barco en alta mar, a salvo de miedos y peligros. Las estrategias de seguridad solamente revelan en qué mundo vivimos: el ser humano tiene miedo de los otros seres humanos. Somos rehenes del miedo y, por eso, sin libertad y sin alegría de vivir y de recibir a un visitante.
(*) Teólogo