domingo, 21 de agosto de 2011

"Gobernados por ciegos e irresponsables", Leonardo Boff, en El País, de Costa Rica

Gobernados por ciegos e irresponsables

Leonardo Boff (*)

Fuente: elpais.cr  | 20/08/2011
Afinando los muchos análisis hechos acerca del conjunto de crisis que nos asolan, llegamos a algo que nos parece central y sobre lo que toca reflexionar seriamente. Las sociedades, la globalización, el proceso productivo, el sistema económico-financiero, los sueños predominantes y el objeto explícito del deseo de las grandes mayorías es consumir y consumir sin límites. Se ha creado una cultura del consumismo propalada por todos los medios. Hay que consumir el último modelo de celular, de zapatillas deportivas, de ordenador. El 66% del PIB norteamericano no viene de la producción sino del consumo generalizado. Las autoridades inglesas se sorprendieron al constatar que, entre quienes promovían los disturbios en varias ciudades, no solamente estaban los habituales extranjeros en conflicto entre sí, sino muchos universitarios, ingleses desempleados, profesores y hasta reclutas. Era gente enfurecida porque no tenía acceso al tan propalado consumo. No cuestionaban el paradigma de consumo sino las formas de exclusión del mismo.

En el Reino Unido, después de M. Thatcher, y en USA después de R. Reagan, así como en el mundo en general, va creciendo una gran desigualdad social. En aquel país, los ingresos de los más ricos se incrementaron en los últimos años 273 veces más que las de los pobres, según informa Carta Maior el 12/08/2011. Por eso, no es de extrañar la decepción de los frustrados ante un «software social» que les niega el acceso al consumo y ante los recortes en el presupuesto social, del orden del 70%, que los castiga duramente. El 70% de los centros recreativos para jóvenes fueron simplemente cerrados.

Lo alarmante es que ni el primer ministro David Cameron ni los miembros de la Cámara de los Comunes se tomaron el trabajo de preguntar el por qué de los saqueos en las distintas ciudades. Respondieron con el peor remedio: más violencia institucional. El conservador Cameron dijo con todas las letras: «vamos a detener a los sospechosos y publicaremos sus caras en los medios de comunicación sin importarnos las preocupaciones ficticias con respecto a los derechos humanos». He aquí una solución del despiadado capitalismo neo-liberal: si la orden que es desigual e injusta lo exige, se anula la democracia y se pasa por encima de los derechos humanos. Y esto sucede en el país donde nacieron las primeras declaraciones de los derechos de los ciudadanos.

Si miramos bien, estamos enredados en un círculo vicioso que puede destruirnos: necesitamos producir para permitir el tal consumo. Sin consumo las empresas van a la quiebra. Para producir, necesitan los recursos de la naturaleza. Estos son cada vez más escasos y ya hemos dilapidado un 30% más de lo que la tierra puede reponer. Si paramos de extraer, producir, vender y consumir no hay crecimiento económico. Sin crecimiento anual los países entran en recesión, generando altos índices de desempleo. Con el desempleo, irrumpen el caos social explosivo, depredaciones y todo tipo de conflictos. ¿Cómo salir de esta trampa que nos hemos preparado a nosotros mismos?

Lo contrario del consumo no es el no consumo, sino un nuevo «software social» en la feliz expresión del politólogo Luiz Gonzaga de Souza Lima. Es decir, urge un nuevo acuerdo entre un consumo solidario y frugal, accesible a todos, y los límites intraspasables de la naturaleza. ¿Cómo hacer? Existen varias sugerencias: el «modo sostenible de vida» de la Carta de la Tierra, el «vivir bien» de las culturas andinas, fundado en el equilibrio hombre/Tierra, la economía solidaria, la bio-socio-economía, el «capitalismo natural» (expresión desafortunada) que intenta integrar los ciclos biológicos en la vida económica y social, y otras.

Pero cuando los jefes de los Estados opulentos se reúnen no hablan de estas cosas. Ahí se trata de salvar el sistema que está haciendo agua por todas partes. Saben que la naturaleza ya no puede pagar el alto precio que el modelo consumista cobra. Ya está a punto de poner en peligro la supervivencia de la vida y el futuro de las próximas generaciones. Estamos gobernados por ciegos e irresponsables, incapaces de darse cuenta de las consecuencias del sistema económico-político-cultural que defienden.

Es imperativo un nuevo rumbo global, si queremos garantizar nuestra vida y la de los demás seres vivos. La civilización científico-técnica que nos ha permitido niveles exagerados de consumo puede poner fin a si misma, destruir la vida y degradar la Tierra. Seguramente no es para esto para lo que hemos llegado a este punto en el proceso evolutivo. Urge tener valor, osadía para cambios radicales, si es que todavía nos tenemos un poco de amor a nosotros mismos.

(*) Teólogo

miércoles, 17 de agosto de 2011

Reflexiones de un joven sobre la elección de profesión

Reflexiones de un joven sobre la elección de profesión
Karl Marx
 
Karl Heinrich Marx
Escrito entre el 10 y el 16 de agosto de 1835
Publicado por primera vez en el Archiv für Geschichte
des Sozialismus und der Arbeiterbewegung,
1925
Fuente: MECW volumen I
Traducción del inglés: Isabel Blanco

 
Retrato de Karl MarxLa naturaleza ha determinado la esfera de actividad en la que debe moverse todo animal, y éste se mueve apaciblemente en ella, sin intentar sobrepasar sus límites, sin intentar siquiera echar un rápido vistazo más allá. También al hombre en general la Divinidad le ha dado un fin, el de ennoblecer a la humanidad y a sí mismo, pero le permite buscar por sí solo los medios mediante los cuales realizar este fin; le deja elegir la posición en la sociedad más adecuada para él, desde la cual podrá más fácilmente elevarse a sí mismo y a la sociedad.
Esta capacidad de elección es un gran privilegio para el hombre sobre el resto de la creación, pero al mismo tiempo es una decisión que pude destruir toda su vida, frustrar sus planes y hacerle infeliz. Recapacitar seriamente sobre esta elección es, por tanto, el primer deber de un joven que comienza su carrera y no quiere dejar sus asuntos más importantes al arbitrio de la suerte.
Todo el mundo tiene un objetivo en perspectiva que, al menos para él, parece sumamente importante, y así es de hecho si la más profunda de las convicciones, la voz más íntima del propio corazón así lo declara, porque la Divinidad jamás deja a un hombre mortal por completo solo y sin guía; él habla en voz baja, pero certera.
Pero esta voz puede fácilmente ahogarse, y lo que tomamos por inspiración puede ser el producto de un instante que otro instante puede quizá destruir. Nuestra imaginación, quizá, echa a volar, nuestras emociones nos alteran, vemos fantasmas ante nuestros ojos, y nos lanzamos de cabeza hacia lo que el impetuoso instinto nos sugiere, imaginando que la Deidad misma nos lo señala. Y lo que ardientemente abrazamos pronto nos repele y vemos toda nuestra existencia en ruinas.
Por eso debemos examinar seriamente si estuvimos realmente inspirados en nuestra elección de profesión, si nuestra voz interior lo aprueba, o si esta inspiración es una ilusión, y lo que creemos la llamada de la Deidad no era más que autoengaño. Pero, ¿cómo podemos reconocer algo sino rastreando la fuente de la inspiración misma?
Aquello que es grande brilla, su brillo incita a la ambición, y la ambición puede fácilmente producir la inspiración o lo que creemos inspiración; la razón es incapaz de reprimir al hombre tentado por el demonio de la ambición, que se lanzará de cabeza sobre aquello que el impetuoso instinto le sugiere: ya no es él quien elige su posición en la vida, en lugar de ello se ve determinado por la suerte y la ilusión.
Tampoco estamos llamados a adoptar la posición que nos ofrece las más brillantes oportunidades; no es ésa la que, durante la larga serie de años en que quizá tengamos que mantenerla, jamás nos canse, jamás nos desaliente, jamás nos haga perder el entusiasmo, viendo pronto nuestros deseos insatisfechos, nuestras ideas sin realizar, clamando contra la Deidad y maldiciendo a la humanidad.
Pero no sólo la ambición puede despertar un entusiasmo repentino por una profesión determinada; quizá nuestra imaginación pueda embellecerla, y embellecerla de tal manera que nos parezca lo mejor que la vida puede ofrecernos. No la hemos analizado en detalle, no hemos considerado toda la carga que implica, la gran responsabilidad que nos impone; la hemos visto sólo desde la distancia, y la distancia engaña.
Nuestra propia razón no puede ser buena consejera aquí; porque no está sustentada ni por la experiencia ni por una profunda observación, sino que se ve engañada por la emoción y cegada por la fantasía. ¿Hacia quién volver entonces nuestros ojos? ¿Quién nos apoyará allí donde nuestra razón nos abandona?
Nuestros padres, que ya han recorrido el camino de la vida y han experimentado la severidad del destino nos lo dice nuestro corazón.
Pero si aún así nuestro entusiasmo persiste, si continuamos amando una profesión y creyéndonos llamados a ella después de examinarlo a sangre fría, después de conocer sus cargas y tomar conciencia de sus dificultades, entonces debemos adoptarla, entonces ni nuestro entusiasmo nos engaña ni nuestra precipitación nos desvía.
No siempre, sin embargo, podemos alcanzar la posición a la que nos creemos llamados; nuestras relaciones en la sociedad están ya fijadas hasta cierto punto antes de que podamos influir en ellas.
Nuestra constitución física misma es a menudo un obstáculo amenazador, y no motivo de burla.
Es cierto que podemos sobreponernos a ella, pero entonces nuestra caída será tanto más rápida, porque estamos arriesgándonos a construir sobre ruinas, y toda nuestra vida será una desgraciada lucha entre el cuerpo y la mente. Porque aquél que es incapaz de reconciliarse con las advertencias que reconoce en sí mismo, ¿cómo puede resistir el tempestuoso estrés de la vida, cómo puede actuar con calma? Y sólo desde la calma pueden las acciones fructificar; es la única tierra en la que los frutos se desarrollan correctamente.
Aunque no podamos trabajar felizmente durante mucho tiempo con una constitución física inadecuada para nuestra profesión, sin embargo surgirá continuamente la idea de sacrificar nuestro bienestar al deber, de actuar vigorosamente aunque nos destrocemos. Pero si hemos elegido una profesión para la que no tenemos talento jamás podremos ejercerla bien, y pronto nos daremos cuenta con vergüenza de nuestra incapacidad y nos diremos que somos unos inútiles, que somos incapaces de satisfacer nuestra vocación. Entonces, la consecuencia más natural es el auto-desprecio, ¿y qué sentimiento es más doloroso y más difícil de compensar a pesar de todo lo que el mundo exterior pueda ofrecernos? El auto-desprecio es como una serpiente que mordisquea nuestro pecho, absorbiéndonos la sangre del corazón y mezclándola con el veneno de la misantropía y la desesperación.
La ilusión acerca de nuestros propios talentos para una profesión que hemos examinado de cerca es un error que se vengará sobre nosotros mismos, y aunque no conozcamos la censura del mundo exterior, nos producirá un dolor en nuestro corazón más terrible que el que podría inflingirnos esta censura.
Si hemos considerado todo esto, y si nuestras condiciones de vida nos permiten elegir cualquier profesión que queramos, podemos adoptar aquélla que nos asegure el mayor bien, un bien basado en ideas de cuya verdad estemos por completo convencidos, que nos ofrezca el abanico más amplio desde el que trabajar para la humanidad, y que nos permita acercarnos verdaderamente al propósito general para el que toda profesión no es más que un medio la perfección.
Bien es aquello que más eleva a un hombre, aquello que imprime la más alta nobleza a sus acciones y a sus empresas, aquello que lo hace invulnerable, admirado por la multitud y elevado por encima de ella.
Pero el bien sólo puede garantizarlo una profesión en la cual no seamos herramientas serviles, una profesión en la que actuemos independientemente dentro de nuestra esfera. Sólo puede garantizarlo una profesión que no exija actos reprensibles, incluso aunque sean reprensibles sólo en apariencia, una profesión que los mejores puedan ejercer con noble orgullo. Una profesión que garantice esto en su más alto nivel no siempre es la más elevada, pero sí es siempre preferible.
Pero igual que una profesión que no nos garantiza el bien nos degrada, una profesión basada en ideas que más tarde reconocemos como falsas nos hará sucumbir bajo su carga.
Y en ese caso no nos queda otro recurso que el auto-desprecio, ¡y qué desesperada salvación la del autoengaño!
Aquellas profesiones no implicadas de lleno en la vida, sino relacionadas con ideas abstractas, son las más peligrosas para los jóvenes cuyos principios y convicciones no son aún firmes, fuertes e indestructibles. Al mismo tiempo, esas profesiones pueden parecer las más exaltadas si sus raíces se hunden profundamente en nuestros corazones y si somos capaces de sacrificar nuestras vidas y empresas por las ideas que prevalecen en ellas.
Pueden proporcionar la felicidad al hombre que tenga vocación para ellas, pero también pueden destruir a quien las adopta apresuradamente, sin reflexionar, cediendo al impulso del momento.
Por otra parte, la alta consideración de las ideas sobre las cuales se apoya nuestra profesión nos proporciona una posición elevada en la sociedad, enalteciendo nuestro propio valor e imprimiendo seguridad a nuestras acciones.
Aquél que elige una profesión que valora altamente temerá la idea de no servir para ella; actuará noblemente aunque sólo sea porque su posición en la sociedad es una posición noble.
Pero la principal guía que debe dirigirnos en la elección de profesión es el bienestar de la sociedad y nuestra propia perfección. No debe pensarse que estos dos intereses puedan entrar en conflicto, que uno pueda destruir al otro; por el contrario, la naturaleza humana está constituida de tal modo, que sólo podemos atender a nuestra propia perfección trabajando por la perfección y el bien de los demás.
Si se trabaja sólo para uno mismo, es posible convertirse en un hombre de fama, en un gran sabio, un excelente poeta, pero jamás en un verdadero gran hombre.
La historia llama grandes hombres a aquellos que se ennoblecen a sí mismos trabajando por el bien común; la experiencia aclama como a los hombres más felices a aquéllos que hacen felices a un mayor número de personas; la religión misma nos enseña que el ser ideal al que todos luchan por imitar se sacrificó a sí mismo por el bien de la humanidad, ¿y quién se atrevería a despreciar tales juicios?
Si hemos elegido la posición en la vida en la que ante todo podemos ayudar a la humanidad, ninguna carga podrá aplastarnos, porque los sacrificios serán en beneficio de todos; no experimentaremos una felicidad egoísta, limitada y estrecha, sino que nuestra felicidad pertenecerá a millones de personas, nuestros actos permanecerán sosegada y perpetuamente vivos, y sobre nuestras cenizas caerán las cálidas lágrimas de las personas nobles.

jueves, 4 de agosto de 2011

La nueva gramática del poder: Javier Solana, en El Tiempo de Bogotá


La nueva gramática del poder

Javier Solana y Daniel Innerarity*

Debemos aprender una nueva gramática del poder en un mundo que está más conformado por el bien común que por el interés personal o nacional.
MADRID. Las principales preocupaciones de la humanidad hoy no son tanto males concretos como amenazas indeterminadas. No estamos preocupados por peligros visibles, sino por peligros vagos que podrían golpear en el momento menos esperado -y contra los cuales no estamos suficientemente protegidos.
    Por supuesto, existen peligros identificables específicos, pero lo que más nos preocupa sobre el terrorismo, por ejemplo, es su naturaleza impredecible. Lo que nos resulta más perturbador sobre la economía estos días es su volatilidad -en otras palabras, la incapacidad de nuestras instituciones para protegernos de la incertidumbre financiera extrema.
    En general, gran parte de nuestra intranquilidad refleja nuestra exposición a amenazas que sólo podemos controlar en parte. Nuestros ancestros vivían en un entorno más peligroso pero menos riesgoso. Soportaban un grado de pobreza que sería intolerable para quienes hoy viven en países avanzados, mientras que nosotros estamos expuestos a riesgos cuya naturaleza, aunque a nosotros nos resulte difícil de entender, para ellos sería literalmente inconcebible.
    Dado que la interdependencia expone a todos, en todo el mundo, de una manera sin precedentes, gobernar los riesgos globales es el gran desafío de la humanidad. Pensemos en el cambio climático; los riesgos de la energía y la proliferación nuclear; las amenazas terroristas (cualitativamente diferentes de los peligros de la guerra convencional); los efectos colaterales de la inestabilidad política; las repercusiones económicas de las crisis financieras; las epidemias (cuyos riesgos aumentan con la mayor movilidad y el libre comercio); y el pánico repentino alimentado por los medios, como la reciente crisis de los pepinos en Europa. 
    Todos estos fenómenos conforman una parte del lado oscuro del mundo globalizado: contaminación, contagio, inestabilidad, interconexión, turbulencia, fragilidad compartida, efectos universales y sobreexposición. En este sentido, se podría hablar del "carácter epidémico" de nuestro mundo contemporáneo.
    La interdependencia, de hecho, es una dependencia mutua -una exposición compartida a los peligros-. Nada está completamente aislado y los "asuntos externos" ya no existen: todo se ha vuelto nacional, hasta personal. Los problemas de otra gente ahora son nuestros problemas, y ya no podemos verlos con indiferencia, o con la esperanza de obtener algún rédito personal de ellos.
    Este es el contexto de nuestra peculiar vulnerabilidad actual. Lo que solía protegernos (la distancia, la intervención gubernamental, la previsión, los métodos de defensa clásicos) se ha debilitado, y ahora nos ofrece escasa protección o directamente ninguna.
    Tal vez no hayamos tenido en cuenta todas las consecuencias geopolíticas que derivan de esta nueva lógica de dependencia mutua. En un mundo tan complejo, ni siquiera el más fuerte está suficientemente protegido. De hecho, la lógica de la hegemonía choca con los fenómenos actuales de fragmentación y automatización -pensemos en Pakistán, por ejemplo, o en Italia- que crean desequilibrios y asimetrías que no siempre son favorables a los poderosos.
    Los débiles, cuando están seguros de que no pueden ganar, pueden lastimar a los más fuertes -y hasta hacerlos perder-. A diferencia del orden westfaliano centenario de los estados naciones, en el que el peso específico de cada Estado era el factor determinante, en un mundo de interdependencia, la seguridad, la estabilidad económica, la salud y el medio ambiente de los más fuertes son continuamente rehenes de los más débiles. Todos están expuestos a los efectos del desorden y la turbulencia en la periferia.
    Estas condiciones de sobreexposición, en su mayor parte, no tienen precedentes y plantean numerosos interrogantes para los cuales todavía no tenemos las respuestas correctas. ¿Qué tipo de protección sería apropiada en un mundo de estas características?
    Como es lógico, una globalización contagiosa que aumenta la vulnerabilidad inevitablemente desata estrategias preventivas y defensivas que no siempre son proporcionadas o razonables. La xenofobia y el chauvinismo que algunas de las estrategias defensivas pueden despertar tal vez terminan causando más daño que las amenazas de las cuales supuestamente nos protegen.
    De modo que, en esta era de calentamiento global, bombas inteligentes, guerra cibernética y epidemias mundiales, nuestras sociedades deben estar protegidas con estrategias más complejas y sutiles. No podemos seguir persiguiendo estrategias que ignoran nuestra exposición común a riesgos globales, y el resultante contexto de dependencia mutua.
    Debemos aprender una nueva gramática del poder en un mundo que está más conformado por el bien común -o el mal común- que por el interés personal o el interés nacional. Estos no desaparecieron, por supuesto, pero están demostrando ser insostenibles fuera de un marco capaz de abordar las amenazas y oportunidades comunes.
    Mientras que el antiguo juego de poder buscaba la protección de los intereses propios sin preocuparse por los de los demás, la sobreexposición obliga a la reciprocidad de los riesgos, el desarrollo de métodos cooperativos y el reparto de información y estrategias. Una gobernancia global verdaderamente efectiva es el horizonte estratégico que la humanidad debe perseguir hoy con toda su energía.
    Suena difícil, y lo será. Pero no tiene nada que ver con el pesimismo. El desafío de gobernar los riesgos globales no es nada menos que el desafío de impedir el "fin de la historia" -no como la apoteosis plácida de la victoria global de la democracia liberal, sino como el peor fracaso colectivo que podamos imaginar.
* Javier Solana, ex alto representante para Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y ex secretario general de la OTAN, es presidente del Centro Económico y Geopolítico Global ESADE y miembro sénior distinguido en Política Exterior de la Brookings Institution. Daniel Innerarity es director del Instituto de Gobernancia Democrática de la Universidad del País Vasco. Ambos son coautores de La humanidad amenazada: el gobierno de los riesgos globales.
Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org

lunes, 1 de agosto de 2011

"TODAVÍA EL FUNDAMENTALISMO": LEONARDO BOFF EN EL PAÍS DE COSTA RICA

http://elpais.cr/articulos.php?id=50323

Todavía el fundamentalismo

Leonardo Boff (*)

Fuente: elpais.cr  | 30/07/2011
El acto terrorista perpetrado en Noruega de forma calculada por un extremista noruego de 32 años ha puesto de nuevo sobre el tapete la cuestión del fundamentalismo. Los gobiernos occidentales y los medios de comunicación han inducido a la opinión pública mundial a asociar el fundamentalismo y el terrorismo casi exclusivamente con sectores radicales del islamismo. Barack Obama de Estados Unidos y David Cameron del Reino Unido se apresuraron a solidarizarse con el gobierno de Noruega y reforzaron la idea de dar batalla mortal al terrorismo, presuponiendo que sería un acto de Al Qaeda. Prejuicio. Esta vez era un nativo, blanco, de ojos azules, con nivel superior y cristiano, aunque The New York Times lo presente como «sin cualidades y fácil de olvidar».

Además de rechazar decididamente el terrorismo y el fundamentalismo debemos tratar de entender el por qué de este fenómeno. Ya he abordado algunas veces en esta columna el tema, que resultó en un libro Fundamentalismo, Terrorismo, Religión y Paz: desafío del siglo XXI (Vozes 2009). Ahí refiero, entre otras causas, el tipo de globalización que ha predominado desde el principio, una globalización fundamentalmente de la economía, de los mercados y de las finanzas. Edgar Morin llama a la actual «la edad de hierro de la globalización». No fue seguida, como pedía la realidad, por una globalización política (un gobierno global de los pueblos), una globalización ética y educacional. Me explico: con la globalización inauguramos una fase nueva de la historia del Planeta vivo y de la humanidad misma. Estamos dejando atrás los estrechos límites de las culturas regionales con sus identidades y la figura del estado-nación para adentrarnos cada vez más en el proceso de una historia colectiva de la especie humana, con un destino común, ligado al destino de la vida y, en cierta forma, al de la propia Tierra. Los pueblos se pusieron en movimiento, las comunicaciones pusieron en contacto a todos con todos y, por distintos motivos, empezaron a circular multitudes por el mundo.

Esta transición no fue preparada, puesto que prevalecía una confrontación entre dos formas de organizar la sociedad: el socialismo estatal de la Unión Soviética y el capitalismo liberal de Occidente. Todos debían alinearse con una de estas alternativas. Al desmontarse la Unión Soviética no surgió un mundo multipolar sino el predominio de Estados Unidos como la mayor potencia económico-militar del mundo, que comenzó a ejercer un poder imperial, haciendo a todos alinearse con sus intereses globales. Más que globalización en sentido amplio, se dio una especie de occidentalización del mundo. Funcionó como un rodillo compresor, que pasó por encima de respetables tradiciones culturales. Esto se vio agravado por la arrogancia típica de Occidente de sentirse portador de la mejor cultura, de la mejor ciencia, de la mejor religión, de la mejor forma de producir y de gobernar.

Esta uniformización global generó fuerte resistencia, amargura y rabia en muchos pueblos, que veían erosionarse su identidad y sus costumbres. En situaciones así surgen normalmente fuerzas identitarias que se alían con sectores conservadores de las religiones, guardianes naturales de las tradiciones. De aquí se origina el fundamentalismo que se caracteriza por dar valor absoluto a su punto de vista. Quien afirma de manera absoluta su identidad está condenado a ser intolerante con los diferentes, a despreciarlos y, en el límite, a eliminarlos.

Este fenómeno es recurrente en todo el mundo. En Occidente, grupos significativos de corte conservador se sienten amenazados en su identidad por la penetración de culturas no-europeas, especialmente el islamismo. Rechazan el multiculturalismo y cultivan la xenofobia. El terrorista noruego estaba convencido de que la lucha democrática contra la amenaza de los extranjeros en Europa estaba perdida. Tomó entonces una solución desesperada: realizar un gesto simbólico de eliminación de los «traidores» multiculturales.

La respuesta del gobierno y del pueblo noruego ha sido sabia: respondieron con flores y con la afirmación de más democracia, es decir, de más convivencia con las diferencias, más tolerancia, más hospitalidad y más solidaridad. Este es el camino que garantiza una globalización humana, en la cual será más difícil que semejantes tragedias vuelvan a repetirse.

(*) Teólogo