Auge y caída del liberalismo
La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 (ANC) fue un proceso en el que Gaviria forzó a los socialdemócratas a incluir el Consenso de Washington (la política económica de Ronald Reagan y Margaret Thatcher) a cambio de la adopción de un paisaje institucional en el que cupiera simbólicamente un menú de garantías sociales que no financió, razón por la cual los sujetos de esos derechos han tenido que recurrir a las vías judiciales -la tutela- para hacerlos efectivos. Finalmente, esa reforma fue el resultado de una negociación entre defensores de la primacía de la política (Partido Liberal, AD-M19, indígenas y negritudes) y la derecha (Partido Conservador y sectores religiosos), cuyos proyectos contaban con la inspiración ideológica del gobierno.
La motivación que inspiró la participación de la sociedad colombiana en la convocatoria de la ANC -cuyo resultado nunca fue contabilizado, de acuerdo con la investigación del constitucionalista Óscar Alarcón- era la idea de que en ese escenario se llegaría a un pacto de paz que pondría fin al conflicto armado. Pero, el mismo día de elecciones, para que no quedara duda de sus lógicas de dominación, Gaviria lanzó un ataque militar contra Casa Verde, nicho tradicional del secretariado de las Farc, circunstancia que enviaba un mensaje negativo frente a la esperanza nacional de una salida negociada, y para la juventud, trabajadores y campesinos contestatarios en el sentido de que, en adelante, la represión sería el tono de la política social, al tiempo que desplegaba señales de atracción a las transnacionales y de favorecimiento a las élites corporativas, que así tuvieron la libertad de imponer su agenda desde el sistema financiero para ampliar mucho más la brecha social.
Una muestra del desastre promovido por el gobierno "del revolcón" es el colapsado sistema de salud con la Ley 100 y las correspondientes a los sectores laboral y de educación, bienes públicos convertidos en mercancías, cuya "mano invisible" no solo produjo -en 20 años- más muertes, marginalidad y miseria que el conflicto interno armado en 60 años, sino que generó la anarquía del sistema político. Es bueno recordar este pasaje ahora que la Corte Penal Internacional ha anunciado su interés en ocuparse de los delitos económicos como reatos de lesa humanidad, en los que están incursos los mandatarios de la época neoliberal del hemisferio.
Así, el liberalismo, que desde la república liberal y el gobierno de López Pumarejo construyera su histórica legitimidad política como defensor de las libertades civiles y los derechos humanos y sociales, confundió su destino y adoptó las teorías neoclásicas del libre mercado y, a partir de allí, la decadencia del partido fue evidente. Las clases medias y populares, tanto como los intelectuales progresistas, los trabajadores y la juventud, decidieron no participar más en sus procesos, puesto que su proyecto devino dinástico y pobremente desarrollado en términos de cultura política.
Ante tal desastre, los intelectuales de la izquierda democrática decidimos reanimar al partido, buscar el retorno de la política y devolverles a las bases sociales las emociones perdidas; con el respaldo de Alfonso López Michelsen, Horacio Serpa Uribe, Hernando Agudelo Villa y Eduardo Sarmiento Palacio, convocamos la Asamblea Constituyente Liberal del 2000, que determinó el giro hacia el socialismo. Publicamos la revista 'Nueva Página' y creamos en el IPL la cátedra Darío Echandía, dictada por docentes e investigadores de la Universidad Nacional de Colombia, con seminarios de historia de las ideas políticas y de política comparada, con una masiva participación de jóvenes y profesionales. Fue tan exitoso ese trabajo, que el periodista e historiador Leopoldo Villar Borda comentó: "Hay más instituto que Partido". Nos alentaban dos eventos importantes: los ecos del movimiento Poder Popular que, pese a su fuerte poder burocrático, no alcanzó a sobrevivir, y el Foro Ideológico del año 2000, cuya entusiasta concurrencia marcó el norte de un partido en plena modernización. Buscábamos superar la política caudillista de incentivos individuales para atraer las tendencias progresistas y los movimientos sociales. Sin embargo, Gaviria, tras un clandestino pacto de cúpulas, que puso el partido en sus manos (www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1693778), regresó e impuso el "pensamiento único". Contra ese asalto, la sufrida senadora Piedad Córdoba y quienes la acompañábamos creamos el movimiento Poder Ciudadano, que finalmente no logró concretar su proyecto opositor, pero abrió el camino de las alianzas progresistas que en adelante les daría dura batalla al neoliberalismo y al clientelismo y contribuiría a elegir al alcalde Lucho Garzón en Bogotá.
El modelo de capitalismo salvaje, veinte años después, mostraría el descrédito de sus diseñadores internacionales, no así el de sus auspiciadores locales, que hoy -contra toda lógica política- orientan al país. Una mirada al bloque en el poder advierte que en él están los mismos que prohijaron la apertura económica. Es un mismo grupo social el que está en la presidencia de la república, en la alcaldía de Bogotá, en la dirección del liberalismo, del Polo, de Cambio Radical y de 'la U', cargos en donde están reproduciendo las políticas de los años 90.
La reinvención del liberalismo será posible solo si rechaza tajantemente el neoliberalismo y se decide por el socialismo para construir un proyecto de democracia en profundidad, que sustituya el orden injusto que hoy nos rige presentando soluciones innovadoras para los problemas urbanos y la desigualdad.
Nosotros, en La Izquierda, con Oskar Lafontaine, entendemos por democracia un orden social en el que priman los intereses de la mayoría; definimos la democracia a partir de sus resultados, no de su forma.
* Analista político e Investigador social
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