sábado, 23 de julio de 2011

"El viento de la historia": Juan Forn en Página 12, Argentina

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-172746-2011-07-22.html


El viento de la Historia

 Por Juan Forn
El niño Eric Hobsbawm pasea con su niñera por las calles de Alejandría en el año 1918. Un pordiosero chino les pide una moneda. La niñera se la niega. El chino ignora a la niñera, mira fijamente a la criatura y le dedica una exquisita maldición de su país milenario: “Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes”. Ochenta y cinco años después, cuando es un venerable historiador y se sienta a escribir sus memorias, sabe que ya tiene el título: Tiempos interesantes. En esas memorias, hace una breve enumeración de las cosas que presenció a lo largo del siglo que le tocó vivir y uno no puede dejar de pensar en aquel monólogo que recitaba el replicante en el final de Blade Runner, con la mirada perdida en la lluvia ácida que caía del cielo y el afán de dejar al menos ese testimonio de los inéditos fenómenos que habían contemplado sus ojos: “He visto atardeceres de dos lunas en Júpiter...” A los 86 años, Hobsbawm dice: “He visto cómo se extinguían de la faz de la tierra todos los imperios coloniales europeos, incluido aquel que llegó a ser el más vasto y poderoso de ellos durante mis años de infancia. He visto grandes potencias mundiales relegadas a jugar en las ligas inferiores. He visto la irrupción y la caída de un estado alemán que esperaba durar mil años, y también el nacimiento y el final de un poder revolucionario que amenazaba extenderse al mundo entero. He visto un tiempo en que la palabra capitalismo contaba con tan pocos votos como la palabra comunismo en la actualidad. Dudo de que llegue a ver el fin del imperio americano, pero puedo asegurar que algunos lectores de este libro habrán de presenciarlo”.
Como aquel replicante de Blade Runner, Eric Hobsbawm pertenece a una especie que debía ser eliminada (primero por mitteleuropeo, después por judío, después por marxista). Tuvo más suerte que el replicante de Blade Runner: sobrevivió largamente a la eliminación a sus compañeros de especie. Su inesperada longevidad terminó por darle status de venerable rara avis. El adjudica esa longevidad tan activa a que lo obligaron a arrancar tarde. Le cobraron peaje por sus “anomalías”: ser judío pobre en la República de Weimar y en la Alemania de Hitler, inmigrante indeseado en la Inglaterra en guerra con el Reich, marxista durante toda la Guerra Fría, antisoviético y antichino dentro del PC, antiespecialista en un mundo de especialistas, políglota en un mundo cada vez más anglófono, intelectual desvelado por los no intelectuales, anomalía dentro de anomalía dentro de anomalía. “Todo ello complicó mi vida como ser humano y paralizó mi carrera durante años, pero me ha representado una ventaja considerable como historiador”, dice él.
Agnes Heller dice que la Historia habla de los hechos vistos desde afuera y las memorias hablan de los hechos vistos desde adentro. Dos hechos marcaron tempranamente la vida de Hobsbawm: aquella maldición china y el descubrimiento entre los papeles de su padre (que murió quebrado cuando él tenía trece años, en plena hiperinflación berlinesa) de un cuestionario íntimo en donde el progenitor se preguntaba qué era la felicidad, esa entelequia que había perseguido sin éxito durante toda su corta vida, y se contestaba: la suerte de no tener mala suerte. Tiempos interesantes y mala suerte. De esa ecuación sale Hobsbawm. O, mejor dicho, de los inesperados beneficios de ambas cosas.
Por ser pelirrojo y de ojos azules, en Viena no le decían Jude sino Englander. En Inglaterra, en cambio, adonde lo enviaron cuando murió su madre (un año después que el padre), es simplemente “El Feo”. Pero si se hubiera quedado en Viena, habría terminado gaseado en los campos. El joven Hobsbawm refugia su fealdad afiliándose al PC británico (donde cantan: “Hasta que llegue la revolución, el amor es un sentimiento antibolchevique”). Pero cuando estalla la guerra es el único de sus camaradas de estudios y de militancia al que no eligen para el servicio secreto: no por extranjero ni por marxista; es el único que no sabe hacer el crucigrama del Times. Eso lo alejará porvidencialmente del caso de los dobles espías Kim Philby y Guy Burgess, pero lo dejará sin trabajo durante años. Cuando condena en un plenario del PC la represión soviética en Hungría en 1956, cree que el partido va a expulsarlo, pero son tantas las bajas que no le hacen nada. Y a él le da vergüenza abandonar el barco cuando todos lo hacen, así que conserva el carnet. “Quitarme de encima el sambenito de pertenecer al PC habría mejorado mis perspectivas profesionales. Pero sencillamente no quise hacerlo. Yo quería alcanzar el reconocimiento como comunista confeso. No defiendo esta forma de orgullo, pero no puedo negar su fuerza.”
Hobsbawm vio convertirse en pretérito casi todos los signos que definían y regían su presente, pero se descubrió providencialmente equipado para relatarlos porque, a diferencia de tantas otras víctimas de la Historia, él tuvo, como judío mitteleuropeo y como marxista anómalo, “tiempo de reflexionar acerca de la desintegración de un imperio y de una época, al ser una muerte largamente anunciada, en ambos casos”. Cuando todos los historiadores de su generación se retiraban o se morían, él siguió publicando libros, cada vez más sabios. En pleno auge del pensamiento neoconservador, cuando se aseguraba que habíamos llegado al fin de la Historia, Hobsbawm dijo que lo que había terminado era el siglo veinte nomás y logró que se hiciera canónica su manera marxista de ver el siglo (cuyo inicio fijó en 1917, con la Revolución de Octubre y su cierre, en la caída de la URSS en 1989). Después de la caída de las Torres Gemelas en 2001, dijo algo que repitió cuando mataron a Bin Laden hace meses: “El mundo necesita más que nunca a los historiadores, especialmente a los escépticos”. Si el pasado es otro país, era de rigor que un expatriado múltiple como él se convirtiera en su historiador por antonomasia.
Hobsbawm usa el raro prisma de su experiencia personal para buscar la real dimensión de las cosas en el laberinto de la Historia. De ahí su anomalía, su heterodoxia, su excentricidad; de ahí su ecuanimidad por momentos exquisita y por momentos casi inverosímil. En sus memorias, en sus reportajes, en su Era de los extremos, Hobsbawm nos cuenta el siglo veinte como si el propio siglo hablara de sí mismo, en una de esas sobremesas de trasnoche en que de golpe llega la hora de la sinceridad más descarnada: el siglo habla y todos sentimos que habla de nosotros. La única manera de que nos entre de verdad la Historia es entender que no es letra muerta, sino experiencia viva: que eso que pasó nos pasó a todos. Ese es el Efecto Hobsbawm para mí: alguien que sopla suavemente en nuestro oído y nos hace entender de golpe qué es el famoso viento de la Historia, cómo se vive en tiempos interesantes.

"Frente a la crisis: cuatro principios y cuatro virtudes": Leonardo Boff en El País de Costa Rica

http://elpais.cr/articulos.php?id=49860


Frente a la crisis: cuatro principios y cuatro virtudes

Leonardo Boff (*)

Fuente: elpais.cr  | 23/07/2011
Goza de plena actualidad esta frase de Einstein: «el pensamiento que ha creado la crisis no puede ser el mismo que va a solucionarla». Es demasiado tarde para hacer sólo reformas, éstas no cambian el pensamiento. Necesitamos partir de otro pensamiento, fundado en principios y valores que puedan sustentar un nuevo ensayo de civilización. O si no, tendremos que aceptar un camino que nos lleva al precipicio. Los dinosaurios ya lo recorrieron.
Mi sentimiento del mundo me dice que hay cuatro principios y cuatro virtudes capaces de garantizar un futuro bueno para la Tierra y la vida. Aquí solamente voy a enunciarlos, sin espacio para profundizar en ellos, cosa que he hecho en varias publicaciones en los últimos años.
El primero es el cuidado. El cuidado es una relación de no agresión y de amor a la Tierra y a cualquier otro ser. El cuidado se opone a la dominación que caracteriza el viejo paradigma. El cuidado regenera las heridas pasadas y evita las futuras. Retarda la fuerza irrefrenable de la entropía y permite que todo pueda vivir y durar más. Para los orientales lo equivalente al cuidado es la compasión; por ella nunca se deja abandonado al que sufre; se camina, se solidariza y se alegra uno con él.
El segundo es el respeto. Cada ser posee un valor intrínseco, independientemente de su uso humano. Expresa alguna potencialidad del universo, tiene algo que revelarnos y merece existir y vivir. El respeto reconoce y acoge al otro como otro y se propone convivir pacíficamente con él. Ético es respetar ilimitadamente todo lo que existe y vive.
El tercero es la responsabilidad universal. Por ella, el ser humano y la sociedad se dan cuenta de las consecuencias benéficas o funestas de sus acciones. Ambos tienen que cuidar la cualidad de las relaciones con los otros y con la naturaleza para que no sean hostiles sino amigables hacia la vida. Con los medios de destrucción ya fabricados, la humanidad, por falta de responsabilidad, puede autoeliminarse y dañar la biosfera.
El cuarto principio es la cooperación incondicional. La ley universal de la evolución no es la competición en la que gana el más fuerte, sino la interdependencia de todos con todos. Todos cooperan entre sí para coevolucionar y para asegurar la biodiversidad. Por la cooperación de unos con otros, nuestros antepasados se volvieron humanos. El mercado globalizado está gobernado por la más rígida competición, sin espacio para la cooperación. Por eso, campean el individualismo y el egoísmo que subyacen a la crisis actual y que han impedido hasta ahora cualquier consenso posible frente a los cambios climáticos.
Estos cuatro principios deben venir acompañados de cuatro virtudes, imprescindibles para la consolidación del nuevo orden.
La primera es la hospitalidad, virtud primordial, según Kant, para la república mundial. Todos tenemos el derecho de ser acogidos, lo que se corresponde con el deber de acoger a los otros. Esta virtud será fundamental frente al flujo de los pueblos y los millones de refugiados climáticos que surgirán en los próximos años. No debe haber, como hay, extra-comunitarios.
La segunda es la convivencia con los diferentes. La globalización del experimento hombre no anula las diferencias culturales con las cuales tenemos que aprender a convivir, a intercambiar, a complementarnos y a enriquecernos con los intercambios mutuos.
La tercera es la tolerancia. No todos los valores y costumbres culturales son convergentes y de fácil aceptación. De ahí se impone la tolerancia activa de reconocer el derecho del otro de existir como diferente y garantizarle su plena expresión.
La cuarta es la comensalidad. Todos los seres humanos deben tener acceso solidario y suficiente a los medios de vida, y seguridad alimentaria. Deben poder sentirse miembros de la misma familia que comen y beben juntos. No sólo es la nutrición necesaria, se trata de un rito de confraternización.
Todos los esfuerzos serán en balde si la Río+20 de 2012 se limita solamente a discutir medidas prácticas para mitigar el calentamiento global, sin discutir otros principios y valores que pueden generar un consenso mínimo entre todos y dar así sostenibilidad a nuestra civilización. En caso contrario, la crisis continuará su acción corrosiva hasta transformarse en una tragedia. Tenemos medios y ciencia para alcanzar esta sostenibilidad. Sólo nos falta voluntad y amor a la vida, la nuestra y la de nuestros hijos y nietos. Que el Espíritu que preside la historia no nos falte.
(*) Teólogo

domingo, 17 de julio de 2011

"El "complejo Dios" de la modernidad": Leonardo Boff, en El País, de Costa Rica

http://elpais.cr/articulos.php?id=49395

El «complejo de Dios» de la modernidad

Leonardo Boff (*)

Fuente: elpais.cr  | 16/07/2011
La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.

Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.

Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica. Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.

Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.

No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber como poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».

Tenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.

Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.

La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.
(*) Teólogo

miércoles, 13 de julio de 2011

"EL ASESINO DE BALZAC", ANA CRISTINA RESTREPO EN EL COLOMBIANO

http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_asesino_de_balzac/el_asesino_de_balzac.asp?CodSeccion=219

 El asesino de Balzac

Ana Cristina Restrepo Jiménez | Publicado el 6 de julio de 2011
"Balzac fue asesinado en la escuela, donde todos los poetas son asesinados". Henry Miller

I.En la iglesia de San Ignacio, una mujer escuálida, de edad imposible, se arrodilla frente al altar. Huele mal. Viste falda café, camisa harapienta abotonada hasta el cuello, y zapatos de tela. Lleva un bolso ajado, y una diadema de plástico coronada con margaritas diminutas.

El cura imparte la bendición final. Comienza un concierto con el grupo Opus 4. Ella permanece, desmadejada, sobre las escalas del altar. Mientras cantan "Volver con la frente marchita?", la vagabunda deja caer su bolso abierto (sólo carga un pañuelo amarillento) y alza la frente hacia la cúpula de la iglesia. Sonríe, con las manos sobre el regazo.

No sé definir la poesía. Tal vez, la imagen de esa mujer me acerque.

II.Recuerdo a un tipo llamado Édgar, aprendiz de asesino, que cometía versos y los vendía en las cajas registradoras del Éxito. Leer las instrucciones de las cuchillas Minora, exhibidas al lado de sus libros, era una experiencia estética más conmovedora que los poemas allí contenidos.

III.
Cuando en el colegio una de las asesinas de Balzac declamaba "Siquiera se murieron los abuelos", yo pensaba en los míos. No estaban muertos, pero habrían preferido estarlo para evitar ver cómo se mellaba mi perfil? del tedio.

IV.
Jamás he visto un estante del supermercado con latas de versos "no perecederos" pero sí he caminado por campos sembrados de poemas. En más de quince años como periodista cultural no he conocido al primer cojonudo que tras el apretón de mano me diga: "Mucho gusto, soy Fulano. Poeta".

V.
Conozco películas dedicadas al poeta en busca de inspiración ("Poesía", de Lee Chang-dong) o al que no sabe qué hacer con la suya ("El lado oscuro del corazón", de Eliseo Subiela). Estoy convencida de que no sólo en el cine existen personajes que guardan poemas en el botiquín o carniceros dispuestos a intercambiar sonetos por longanizas.

VI.
He leído malos poetas y también poetas que no me gustan. Su casa es el cliché, y el lugar común su sofá. Son fáciles y predecibles. Creen que su mirada cambia con los tóxicos: inhalados, bebidos, untados. (O copiados).

Y ni así.

La poesía puede ir en el bus oxidado y ruidoso de la ruta Aranjuez 204, con la leyenda: "Volvió Javier el rápido".

Le creo a Jaime Jaramillo Escobar: "Reservar el término de poeta sólo para el que escribe versos es empequeñecer la poesía"*.

VII.
Los niños son los maestros primeros de poesía. No es gratuito que los grandes (Miguel Hernández, Pedro Salinas o César Vallejo) parezcan buscar el vientre.

Los mejores poetas hacen música. Y los músicos suelen hacer la mejor poesía.

¡Jim Morrison!

El tiempo es el juez implacable del poeta. Pero el juez inmediato es el corazón.

VIII.Cuando mi ciudad se llena de poesía, les canto a los poetas anónimos (sin galardón, cuya obra tiene un único mérito: haber sido escrita) y a los malos poetas (sin ellos, no sabríamos qué es la buena poesía).

Para los anónimos, una sugerencia: salgan del cajón.

Para los malos, una súplica: no publiquen. (Cada rima de Ricardo Arjona vuelve a asesinar a Balzac y tortura a una buena parte de la Humanidad).

* Método fácil y rápido para ser poeta I.

lunes, 4 de julio de 2011

LOS PELIGROS DE LA OBEDIENCIA: CARLOS GAVIRIA DÍAZ EN EL ESPECTADOR

http://www.elespectador.com/impreso/columna-249308-los-peligros-de-obediencia


Los peligros de la obediencia

Por: Carlos Gaviria Díaz

A MEDIADOS DEL SIGLO PASADO HArold Laski, el lúcido pensador y dirigente político inglés, escribió un opúsculo inquietante sobre los efectos deshumanizantes que se producen en una sociedad que hace de la obediencia un valor supremo: desaparece la persona como sujeto moral y, va de suyo, se inhibe la construcción de una comunidad democrática libre y deliberante.


Creo no equivocarme si afirmo que es ése uno de los factores, entre muchos, que han impedido que en Colombia haya una democracia de verdad.

Releí el ensayo hace poco, estimulado por la lectura del un libro singular de Michel Onfray, el combativo y original escritor francés, titulado El sueño de Eichmann. En él se reseña algo ya conocido: el criminal nazi, autor y cómplice del horrendo asesinato de centenares de miles de judíos, ilegalmente capturado en Argentina y llevado a Israel, adujo ante el Tribunal que lo juzgó y condenó a la horca, que nada tenía en contra de los judíos pero que había recibido ese mandato superior y para él la obediencia era un imperativo de conciencia. Para dar mayor fuerza a su alegato, arguyó que desde su infancia lo había aprendido en “Kant”, quien en algunos de sus textos exhorta: “Pensad, pensad y pensad, pero obedeced, obedeced, obedeced”.

Si su lectura de Kant fue correcta o precaria, resulta marginal para nuestro propósito. Personalmente me siento inclinado a concordar con Hanna Arendt que opina lo segundo. Pero independientemente de la fuente nutricia invocada, es un hecho histórico incontrovertible que los dirigentes nazis que fueron llevados ante la justicia alegaron en su defensa la obediencia debida.

Pero se dirá: claro el régimen de Hitler fue un régimen no sólo autoritario sino totalitario. En una democracia tal situación sería inconcebible. De acuerdo.

Sin embargo, hay algo que no deja de preocuparme. Mucho me he cuidado de calificar de fascista al gobierno de Uribe. Autoritario sí, de eso no me cabe duda. Pero, para mi sorpresa, a propósito de los procesos abiertos por las interceptaciones telefónicas ilegítimas, hemos escuchado la cantinela monótona de algunos de los inculpados (Andrés Peñate, María del Pilar Hurtado, Marta Leal, Mario Aranguren, etc.): “Actuamos acatando órdenes superiores”. Órdenes ilegales, desde luego, infractoras de la Constitución misma, absolutamente inválidas en un Estado de derecho. La doctora Hurtado incluso ha dicho que el doctor Uribe le indicó que evadiera la acción de la justicia y se arropara en la impunidad, desvirtuando la institución del asilo.

Puede uno entonces desentrañar el sentido de las afirmaciones de algunos de sus ideólogos de cabecera: “El Estado de opinión es una fase superior del Estado de Derecho”. Ahora sabemos en dónde radica esa superioridad.

"Cuando la política es asexuada...", María Jimena Duzán, en Semana

http://www.semana.com/opinion/cuando-politica-asexuada/150975-3.aspx

Cuando la política es asexuada...

Por María Jimena Duzán
OPINIÓNEsos jóvenes políticos temen comprometerse a emitir juicios de valor y navegan en una cómoda neutralidad para que nadie se moleste.
Sábado 29 Enero 2011


Desde hace unos años vengo detectando la aparición de unos políticos que han puesto de moda la pragmática tesis de que para hacer política no se necesita tener ninguna ideología ni recurrir a ninguna teoría. Son políticos aguados, neutros, que siempre están al margen de los grandes temas del país porque no quieren que se les ubique en ningún espectro.

No se esfuerzan por tener una opinión formada de nada que les imponga asumir una posición; se distinguen por que todos ellos consideran que para ser un candidato a concejal, a alcalde o a gobernador lo que se necesita es tener las dotes de un gerente -¿para qué mas?-, y aunque casi todos ellos tienen cierto sex appeal personal innegable, son asexuados en política.

Los más preclaros representantes de esta nueva élite son Enrique Peñalosa y Sergio Fajardo. Los dos se han definido siempre como gerentes de la cosa pública y tanto el uno como el otro se ufanan hasta hoy de haber sido los únicos políticos que en los ocho años de gobierno de Uribe no se enfrascaron en la polarización que dividió al país entre uribistas y antiuribistas. "Yo no soy ni antiuribista ni uribista" fue la frase cumbre de Sergio Fajardo que deja al descubierto el talante de estos políticos que se autoarropan también bajo el calificativo de "independientes", aunque en realidad no lo sean. (Y no lo son, porque para ser independientes hay que asumir posiciones, y eso va contra su naturaleza, como tampoco es cierto que hayan mantenido una neutralidad en la polarización durante el uribato: en el fondo, detrás de esa impostada neutralidad, los dos siempre fueron más uribistas que antiuribistas).

Para bien o para mal, su política asexuada hizo escuela y ya cuentan con varios discípulos que van por ese mismo rumbo, muy a nuestro pesar. Me refiero a jóvenes políticos con gran futuro, como David Luna, Carlos Fernando Galán y Simón Gaviria, entre otros. Todos muy preparados, bien intencionados y con un gran sex appeal personal, pero que temen comprometerse en temas nacionales, no se atreven a emitir juicios de valor que pueda demostrar que detrás de ellos hay alguna ideología y que navegan en una cómoda neutralidad para que nadie se moleste.

Ojalá estos jóvenes se bajen de ese bus a tiempo y no dilapiden su capital político como les ha pasado a sus mentores. A pesar de que Peñalosa y Fajardo salieron en hombros de sus alcaldías y de que se les reconoce que bajo su administración tanto Bogotá como Medellín se llenaron de megaobras y de bibliotecas, su carrera política, lejos de despegar, se ha ido apagando.

Ambos han ido de un traspiés a otro. Peñalosa no ha ganado ni una elección desde que salió de la Alcaldía, y me temo que va para una nueva derrota si se presenta como candidato a la administración de Bogotá. A Fajardo no solo le fue mal con su partido inventado a última hora, sino que se le esfumaron los votos que supuestamente le eran fieles en su campaña presidencial. No le votaron ni los paisas, y si quiere ganar la Gobernación de Antioquia en estas elecciones de octubre, va a tener que apercollárseles a los caciques liberales y de Cambio Radical, sus nuevos socios políticos, porque solo con su sex appeal verde no le alcanza. (Como están las cosas, hasta puede terminar apoyado por La U).
¿Y por qué no les sonríe el electorado a estos políticos asexuados si son tan buenos muchachos? Yo me temo que es por una razón muy lógica: porque de tanto andar cacareando su neutralidad, han terminado por no representar nada ni a nadie. El electorado no sabe a qué atenerse con ellos, y como son un enigma, prefiere no votar por ellos. Al fin y al cabo, en una democracia los políticos están para defender posiciones, no para evadirlas, de la misma forma que en un estado de derecho los políticos están para debatir los grandes temas nacionales y no para ignorarlos. Lo último que le puede pasar a este país es que en medio de tanta corrupción en la política, a los políticos que no lo son se les dé por envolverse en una neutralidad impostada.

La política es el arte del poder, como decía Maquiavelo. Y la base de la política son la ideas. Si se las quitamos, la política queda eunuca. Así de simple.