Los peligros de la obediencia
Por: Carlos Gaviria Díaz
A MEDIADOS DEL SIGLO PASADO HArold Laski, el lúcido pensador y dirigente político inglés, escribió un opúsculo inquietante sobre los efectos deshumanizantes que se producen en una sociedad que hace de la obediencia un valor supremo: desaparece la persona como sujeto moral y, va de suyo, se inhibe la construcción de una comunidad democrática libre y deliberante.
Releí el ensayo hace poco, estimulado por la lectura del un libro singular de Michel Onfray, el combativo y original escritor francés, titulado El sueño de Eichmann. En él se reseña algo ya conocido: el criminal nazi, autor y cómplice del horrendo asesinato de centenares de miles de judíos, ilegalmente capturado en Argentina y llevado a Israel, adujo ante el Tribunal que lo juzgó y condenó a la horca, que nada tenía en contra de los judíos pero que había recibido ese mandato superior y para él la obediencia era un imperativo de conciencia. Para dar mayor fuerza a su alegato, arguyó que desde su infancia lo había aprendido en “Kant”, quien en algunos de sus textos exhorta: “Pensad, pensad y pensad, pero obedeced, obedeced, obedeced”.
Si su lectura de Kant fue correcta o precaria, resulta marginal para nuestro propósito. Personalmente me siento inclinado a concordar con Hanna Arendt que opina lo segundo. Pero independientemente de la fuente nutricia invocada, es un hecho histórico incontrovertible que los dirigentes nazis que fueron llevados ante la justicia alegaron en su defensa la obediencia debida.
Pero se dirá: claro el régimen de Hitler fue un régimen no sólo autoritario sino totalitario. En una democracia tal situación sería inconcebible. De acuerdo.
Sin embargo, hay algo que no deja de preocuparme. Mucho me he cuidado de calificar de fascista al gobierno de Uribe. Autoritario sí, de eso no me cabe duda. Pero, para mi sorpresa, a propósito de los procesos abiertos por las interceptaciones telefónicas ilegítimas, hemos escuchado la cantinela monótona de algunos de los inculpados (Andrés Peñate, María del Pilar Hurtado, Marta Leal, Mario Aranguren, etc.): “Actuamos acatando órdenes superiores”. Órdenes ilegales, desde luego, infractoras de la Constitución misma, absolutamente inválidas en un Estado de derecho. La doctora Hurtado incluso ha dicho que el doctor Uribe le indicó que evadiera la acción de la justicia y se arropara en la impunidad, desvirtuando la institución del asilo.
Puede uno entonces desentrañar el sentido de las afirmaciones de algunos de sus ideólogos de cabecera: “El Estado de opinión es una fase superior del Estado de Derecho”. Ahora sabemos en dónde radica esa superioridad.
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