domingo, 22 de mayo de 2011

SOBRE LA PROFESIÓN DE ABOGADO, JORGE ARANGO MEJÍA EN EL MUNDO DE MEDELLÍN

http://www.elmundo.com/portal/resultados/detalles/?idx=177871

La Profesión De Abogado
Autor: Jorge Arango Mejía
21 de Mayo de 2011



Hay una obligación sagrada para los abogados: el secreto profesional. Y es tanta su importancia que, según un sabio anónimo, “si los abogados dijeran cuanto saben, el mundo se acabaría.”

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Sobre la profesión de abogado hay conceptos erróneos, tanto entre los legos como entre los dedicados a ella. A manera de ejemplo, pueden citarse algunos: que su finalidad es permitir el quebranto de las leyes o su interpretación en contra de sus finalidades; que solamente busca encubrir las faltas o hacer imposible su sanción; que la única finalidad de quienes la practican es el enriquecimiento; que su objetivo no es la justicia sino la defensa  de los intereses del cliente; que en ella todos los medios son válidos si permiten alcanzar el fin. Es fácil demostrar la equivocación en que incurren los que así piensan.

El abogado es un colaborador del juez, cuya misión es la correcta aplicación de la ley. No es un adversario, pues la tarea de los dos, rectamente entendida, es la misma: lograr que se haga justicia. Por eso, no puede el abogado tratar de confundir al juez. Debe limitarse a exponer con claridad los hechos y decir, sencillamente, cómo ellos encajan en la norma de la cual surge el derecho. Los escritos farragosos crean dudas y hacen difícil el camino hacia una decisión acertada y justa. Cuando de redactar una demanda se trata, o cuando se analizan las pruebas, conviene seguir el consejo de don Quijote al criado de maese Pedro: “Llaneza muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.”

Al cliente hay que defenderlo sin apartarse de la ley y guiándose siempre por la buena fe. No hay ningún interés particular cuya importancia autorice salirse de esos límites.

Es lógico, es natural, considerar el ejercicio de la profesión como una fuente de ingresos para una vida decorosa. Pero el que la tenga como una vía hacia el enriquecimiento fácil, hará bien en buscar otra ocupación.  Un viejo principio enseña que “lo que sirve para determinar el valor de un abogado no es el número de asuntos que defiende, sino el de los que rechaza.”

Según otra frase llena de sabiduría, “la profesión de abogado perdería su grandeza si los clientes no fueran ingratos.” Sólo al que está convencido de ejercer la más noble de las profesiones, le basta con haber conseguido el triunfo de la ley, y  no le importa que el cliente al que sirvió con desinterés y eficacia, no le agradezca. Por desgracia hay quienes creen (especialmente cuando el abogado no les  cobra por su trabajo) que fueron ellos quienes le hicieron un favor, al confiarle un asunto de tanta importancia. Razón tuvo el que dijo: “El cliente se incomoda a menudo con el abogado que le cobra honorarios, y se malquista siempre con el que lo defiende gratis.” Menos mal que la conducta de esos malagradecidos trae consigo una enseñanza: no esperar nunca gratitud, planta que pocos cultivan.

Otro mal hábito que se ha generalizado es el de atender los litigios en los medios de comunicación y no en los juzgados. Al cliente se le defiende en el proceso, con la presentación de las pruebas de los hechos que le favorecen y con  el análisis de las normas jurídicas en que se basan sus pretensiones.

Y peor aún es la costumbre de los jueces y magistrados que no se contentan con dirigir el proceso y adoptar las decisiones previstas en éste, sino que salen a explicarlas y a ampliarlas en la prensa, como si tales decisiones no tuvieran que ser completas, contener los hechos, las normas aplicables y la resolución. Hace falta una ley que prohíba expresamente a los que administran justicia, dar declaraciones sobre los negocios a su cargo o entrar en controversias públicas sobre sus fallos.

Hay una obligación sagrada para los abogados: el secreto profesional. Y es tanta su importancia que, según un sabio anónimo, “si los abogados dijeran cuanto saben, el mundo se acabaría.”

Mucho más podría escribirse sobre este tema, a sabiendas de que, en medio de la corrupción imperante, es lo mismo que predicar en el desierto. Hay que conservar la esperanza de que en este campo, como en todos los demás, la sociedad progresará.

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